miércoles, 22 de agosto de 2007

Mil doscientas personas ocupan los refugios de Solidaridad [Noche H] 21 de agosto

Gracias a plan de seguridad DN3 -de ayuda a la población civil en caso de desastre- del Ejército y a la actividad desenfrenada de Protección Civil municipal en los últimos siete días, los ciudadanos de Solidaridad cuentan con 49 refugios repartidos en todo el terriotorio donde pasar la noche.

Poco antes de las doce, tras la llegada de algunos vientos huracanados y los primeros incidentes -caídas de árboles y farolas-, los ocupantes de los albergues tratan de acomodarse en el recinto que les acoge lo mejor que pueden. En la Confederación Revolucionaria de Obreros y Convecinos (CROC), en la colonia centro de la ciudad, se hospedan unas sesenta personas -la mayoría hombres de mediana edad- que intentan dormir acostados en el suelo. Sólo tres viajeros alemanes que no se quejan del mal olor comparten el recinto con los nacionales, buscando ahorrarse los pesos de una noche de hotel.

El ambiente es tranquilo. El responsable del alebergue asegura que no se ha produdido ningún incidente y es que ya conoce a muchos de los hombres que hoy se encuentran en la sede de su organización: son inmigrantes procedentes de los estados más pobres del país -en su mayoría de Veracruz, Chiapas y Campeche- que llegan a Playa del Carmen en busca de trabajo. Las constructoras nacionales y extranjeras se aprovechan de la mano de obra ingenua y barata para que esta ciudad continúe teniendo uno de los índices de crecimiento urbano más altos del mundo. Enfrentándose al orgullo que muestran los locales -sobre todo los extranjeros afincados aquí- cuando se habla del tema, la CROC trata de defender los derechos de estos trabajadores que muchas veces carecen de un domicilio fijo y duermen entre los andamios de los macrohoteles que construyen.

A pesar de que nunca llegaron los colchones prometidos sí les han dado algo de cenar, suerte que no comparten quienes se refugian en otros albergues como el de la escuela primaria Gregoria Cob Cob en la colonia Zazil-Ha. Diez aulas protegidas sólo por delgadas puertas de madera, que dan directamente al patio del colegio, alojan a familias entreras que no comerán hasta la mañana siguiente. Ocho niños menores de tres años lloran en una de ellas, custodiados por catorce adultos. En el recinto contiguo, de unos quince metros cuadrados, unas treinta personas tratan de dormir como pueden hacinadas en el suelo. Francisco y Marilín, padres de dos niños de dos y cuatro años, sólo piensan en una cosa: su palapa. Como casi todos los que comparten la habitación, esta familia vive en un cubículo con techo de palma cuyo alquiler mensual supone casi la mitad del salario de Francisco. Es el material más común, junto con la lámina, en los techos de las colonias de la periferia.

Mientras, veintitrés mil turistas se esconden del temporal en los denominados autorefugios (lugares seguros proporcionados por los mismos hotles en los que se hospedan) en la zona hotelera, al sur de la ciudad. Pasadas las dos de la mañana se corta la electricidad en varias zonas de Playa. Ahora sí, ya no queda más remedio que intentar descansar.

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