miércoles, 22 de agosto de 2007

La noche del huracán [Noche H] 21 de agosto

El centro de Playa del Carmen lucía un aspecto fantasmagórico. Las farolas de la 5a Avenida iluminaban el camino a la nada. Mientras los turistas se refugiaban en sus hoteles sellados con tablas de madera y persianas antihuracanes, la Policía patrullaba las calles dispuesta a detener al primero que infringiese el toque de queda.

Con el cielo encapotado y un horizonte vestido de luto, el día dio paso a la noche sin que nadie se diese cuenta. Ni rastro de la luna ni de las estrellas que engalanan las noches de Playa del Carmen. Ni rastro de ese mar azul turquesa que acaricia los pies a los paseantes.

En su lugar, unas olas hambrientas amenazaban con comerse la playa y las palmeras se arrodillaban ante un viento enfurecido. Eran las ocho de la tarde. 'Dean' no llegaba hasta la madrugada. Comenzaba a llover y no pararía hasta la mañana siguiente.

A esa hora, el Ayuntamiento, situado frente a una amplia explanada, parecía el único lugar con vida. Antonio, el meteorólogo de Protección Civil, seguía con atención los pasos de 'Dean', mientras otros compañeros se calzaban botas de goma y ponchos amarillos, preparados para enfrentarse a cualquier contingencia.

En la oficina de Comunicación Social, pegados al transistor y con la vista clavada en la imagen del satélite, cada quién lanzaba su hipòtesis de dónde y a qué hora iba desembarcar el huracán.

Pasada la medianoche 'Dean' amagó con aparecer por Playa. Los desagües comenzaban a no dar abasto, mientras que, la lluvia, impulsada por el viento huracanado, atravesaba la explanada en forma de paredes de agua.

La lucha del cableado eléctrico y los árboles por mantenerse en pie ofrecía un espectáculo de chispazos que saltaban a lo largo de la calle. Y en una de esas se fue la luz.

Adiós Internet, adiós ordenador, adiós televisión. Como suele ocurrir en estos casos, esa planta de luz que garantizaría la electricidad en el Ayuntamiento nunca funcionó. Y todos, linterna en mano, se preguntaban por qué el parque y las casas de alrededor sí tenían luz.

Llegaban noticias de árboles y postes de electricidad caídos, y de gente que, asustada por la fuerza del viento, trataba de llegar a los refugios. Sin embargo, ante la ausencia de incidentes graves, poco a poco el personal fue acomodándose como pudo para echar un cabezadita. El resto, sintonizando a duras penas la radio, trataba de conocer la última hora de Chetumal hasta que se perdió la señal.

Y así, sin luz, sin radio y sin una cama para dormir, aburridos, el amanecer sorprendió con los primeros rayos de sol.

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